miércoles, 14 de octubre de 2015

Vieja Peculiar de Shoggoth, Neil Gaiman



Benjamin Lassiter estaba llegando a la conclusión inevitable de que la mujer que había escrito Un viaje a pie por la costa británica, el libro que llevaba en la mochila, nunca había hecho ningún viaje a pie y probablemente no reconocería la costa británica aunque ésta bailase por su dormitorio a la cabeza de una banda militar, cantando “Soy la costa británica” en voz alta y alegre y acompañándose con el kazoo.

Ya llevaba cinco días siguiendo sus consejos y le habían reportado muy poco, a excepción de ampollas y dolor de espalda. “Todos los centros turísticos costeros británicos tienen varias pensiones que estarán encantadas de alojarle fuera de temporada”, era uno de esos consejos. Ben lo había tachado y había escrito al margen junto a la frase: “Todos los centros turísticos costeros británicos tienen un puñado de pensiones, cuyos dueños se largan a España o a Provenza o a algún otro sitio el último día de septiembre y cierran las puertas tras ellos al irse.”

Había añadido otras cuantas notas marginales, como “No, repito, bajo ninguna circunstancia, no pedir huevos fritos otra vez en ninguna cafetería junto a la carretera”, “¿Cuál es el meollo de eso del fish and chips?” y “No, no lo están.” La última estaba escrita junto a un párrafo que aseguraba que si había algo que los habitantes de los pintorescos pueblos de la costa británica estaban encantados de ver era a un joven turista americano haciendo un viaje a pie.

Durante cinco días horrorosos, Ben había caminado de pueblo en pueblo, había bebido té dulce y café instantáneo en restaurantes y cafeterías donde se había quedado mirando por la ventana las vistas rocosas y grises y el mar de color pizarra, había tiritado bajo sus dos jerséis gruesos, se había mojado y no había visto ninguno de los lugares de interés que le habían prometido.

Sentado en la parada de autobús donde había desenrollado el saco de dormir una noche, había empezado a traducir las palabras descriptivas clave: decidió que encantador significaba sin nada de particular; pintoresco significaba feo pero con una vista bonita si algún día deja de llover, exquisito probablemente significaba "Nunca hemos estado aquí y no conocemos a nadie que lo haya hecho". También había llegado a la conclusión de que cuanto más exótico era el nombre del pueblo, más aburrido resultaba.

Así es como Ben Lassiter llegó, al quinto día, en alguna parte al norte de Bootle, al pueblo de Innsmouth, que en su guía no estaba considerado ni como encantador ni pintoresco ni delicioso. No había descripciones del muelle oxidado ni de los montones de trampas para langostas que se estaban pudriendo en la playa de guijarros.

En el paseo marítimo había tres pensiones, una junto a la otra: Vista marina, Mon Repose y Shub Niggurath, todas con un rótulo de neón apagado de HAY HABITACIONES en la ventana del salón de delante, todas con un letrero de CERRADO DURANTE LA TEMPORADA clavado con chinchetas en la puerta de la calle.

No había ninguna cafetería abierta en el paseo marítimo. La única tienda de fish and chips tenía puesto un letrero de CERRADO. Ben esperó fuera a que abrieran mientras se iba la luz gris de la tarde y empezaba a anochecer. Por fin, una mujercita con cierta cara de rana vino por la calle y abrió la puerta de la tienda. Ben le preguntó cuándo abrirían al público y ella le miró perpleja y dijo, “Es lunes, querido. Nunca abrimos los lunes”. Después entró en la tienda de fish and chips y cerró la puerta tras ella, dejando a Ben frío y hambriento en la puerta.

Ben había crecido en un pueblo seco en el norte de Texas: la única agua estaba en las piscinas de los jardines traseros y la única forma de viajar era en una camioneta con aire acondicionado. Así que la idea de caminar junto al mar en un país donde hablaban una especie de inglés le había atraído. El pueblo natal de Ben era doblemente seco: en él se enorgullecían de haber prohibido el alcohol treinta años antes de que el resto de América se subiera al carro de la Prohibición, y de no haberse vuelto a bajar jamás; por lo tanto, todo lo que Ben sabía de los pubs era que se trataba de lugares pecaminosos, como los bares, pero con nombres más monos. Sin embargo, la autora de Un viaje a pie por la costa británica había sugerido que los pubs eran un buen sitio para encontrar cultura e información locales, que uno siempre debía invitar a una ronda y que algunos de ellos servían comida.

El pub de Innsmouth se llamaba El libro de los nombres muertos y el letrero que había en la puerta informó a Ben de que el dueño era un tal A. Al-Hazred, con licencia para vender vinos y licores. Ben se preguntó si eso significaba que servirían comida india, que había probado al llegar a Bootle y que le había gustado bastante. Se detuvo frente a los letreros que le dirigían al Bar público o al Bar salón y se preguntó si los bares públicos británicos eran privados como sus colegios públicos y, al final, porque sonaba más como algo que uno se encontraría en una película del Oeste, entró en el bar salón.

El bar salón estaba casi vacío. Olía a cerveza derramada la semana anterior y a humo de cigarrillo de hacía dos días. Detrás de la barra había una rubia de bote rellenita. Sentados en un rincón había un par de caballeros que llevaban bufandas y gabardinas largas y grises. Estaban jugando al dominó y bebiendo a sorbos de unas jarras de cristal con hoyuelos unas bebidas con pinta de cerveza de color marrón oscuro y con un dedo de espuma.

Ben se dirigió a la barra. “¿Aquí sirven comida?”

La camarera se rascó la nariz un momento, y luego admitió, de mala gana, que probablemente podría hacerle un almuerzo de labrador.

Ben no tenía ni idea de lo que eso significaba y, por centésima vez, deseó que Un viaje a pie por la costa británica tuviera un manual de conversación americano-inglés al final de la guía. “¿Eso es comida?” preguntó.

Ella asintió con la cabeza.

“Vale. Me tomaré uno de esos”

“¿Y para beber?”

“Coca-cola, por favor.”

“No tenemos Coca-Cola.”

“Entonces una Pepsi”
“No hay Pepsi.”

“Bueno, ¿qué tienen? ¿Sprite? ¿7UP? ¿Gatorade? Parecía aún más perpleja que antes. Entonces dijo, “Creo que hay una o dos botellas de refresco de cereza en la parte de atrás.”

“Vale, tráigame una.”

“Serán cinco libras con veinte peniques y le traeré su almuerzo de labrador cuando esté listo.”

Ben pensó, mientras esperaba sentado a una mesa de madera pequeña y ligeramente pegajosa, bebiendo algo efervescente que parecía y sabía a un rojo brillante químico, que un almuerzo de labrador sería probablemente un bistec de algún tipo. Había llegado a esta conclusión, sabiéndose influido por sus ilusiones, tras imaginarse a labradores rústicos, puede que incluso bucólicos, dirigiendo sus bueyes gordos por campos recién arados al atardecer y porque podría, para entonces, con serenidad y sólo un poco de ayuda de los demás, haberse comido un buey entero.

“Aquí tiene. Uno de labrador” dijo la camarera, poniéndole un plato delante.

Que un almuerzo de labrador resultara ser un trozo rectangular de queso muy curado, una hoja de lechuga, un tomate más pequeño de lo normal marcado con la huella de un pulgar, un montoncito de algo húmedo y marrón que sabía a mermelada agria y un panecillo pequeño, duro y viejo fue una triste decepción para Ben, que ya había decidido que los británicos trataban la comida como si fuera una especie de castigo. Masticó el queso y la hoja de lechuga y maldijo a todos los labradores de Inglaterra por elegir una bazofia como ésa para cenar.

Los caballeros de las gabardinas grises, que habían estado sentados en el rincón, acabaron la partida de dominó, cogieron sus jarras y fueron a sentarse al lado de Ben.

“¿Qué bebe?” preguntó uno de ellos, con curiosidad.

“Refresco de cereza” les dijo, “Sabe a algo salido de una fábrica química.”

“Resulta interesante que diga eso” dijo el más bajo de los dos. “Resulta interesante que diga eso, porque yo tenía un amigo que trabajaba en una fábrica química y nunca bebía refresco de cereza.” Hizo una pausa exagerada y luego tomó un sorbo de su bebida marrón. Ben esperó a que siguiese, pero parecía que ya no había más que hablar; la conversación se había acabado.

Haciendo un esfuerzo para parecer educado, Ben preguntó, a su vez: “Bien, ¿y ustedes qué beben?

El más alto de los dos desconocidos, que hasta entonces había tenido un aspecto lúgubre, se animó. “Vaya, es usted muy amable. Una pinta de Vieja Peculiar de Shoggoth para mí, por favor.”

“Y para mí también” dijo su amigo. “Mataría por una Shoggoth” Oye, apuesto a que eso sería un buen eslogan publicitario. “Mataría por una Shoggoth” Debería escribir a la compañía y sugerírselos. Apuesto a que se alegrarían mucho de mi sugerencia.

Ben se acercó a la camarera, pensando pedirle dos pintas de Vieja Peculiar de Shoggoth y un vaso de agua para él, y se encontró con que ella ya le había servido tres pintas de la cerveza oscura. Bueno, pensó, preso por mil, preso por mil quinientos, además, estaba seguro de que no podía ser peor que el refresco de cereza. Tomó un sorbo y sospechó que la cerveza era del tipo que los anunciantes habrían descrito como con cuerpo, aunque si les presionasen tendrían que reconocer que el cuerpo en cuestión había sido el de una cabra.

Pagó a la camarera y, con algunas dificultades, volvió hasta sus nuevos amigos.

“Bueno. ¿Qué está haciendo en Innsmouth?” preguntó el más alto de los dos. “Supongo que es usted uno de nuestros primos americanos que ha venido a ver el más famoso de los pueblos ingleses.”

“Al de América lo llamaron así por este pueblo, ¿sabe?” dijo el más bajo.

“¿Hay un Innsmouth en los Estados Unidos? preguntó Ben.

“Diría que sí” dijo el hombre más bajo. “Él escribía sobre ese pueblo constantemente. Aquel cuyo nombre no mencionamos.”

“¿Cómo?” dijo Ben.

El hombrecito miró por encima del hombro y luego dijo entre dientes, muy alto: “¡H. P. Lovecraft!”

“Te dije que no mencionaras ese nombre” dijo su amigo, y se tomó un sorbo de la cerveza marrón oscuro “H. P. Lovecraft. H. P. maldito Lovecraft. H. maldito P. maldito Love maldito craft” hizo una pausa para respirar “¿Qué sabía él ?, ¿eh? A ver, ¿qué coño sabía?”

Ben bebía su cerveza a sorbos. El nombre le sonaba vagamente; recordaba haberlo visto hurgando un día entre la pila de elepés de vinilo antiguos que había en el fondo del garaje de su padre. “¿No era un grupo de rock?”

“No hablaba del grupo de rock. Me refería al escritor.”

Ben se encogió de hombros. “Nunca he oído hablar de él” reconoció “La verdad es que en general sólo leo novelas del Oeste. Y manuales técnicos.”

El hombrecito le dio un golpe con el codo a su vecino. “¿Ves, Wilf?, ¿has oído eso? Nunca ha oído hablar de él.

“Bueno. Eso no tiene nada de malo. Yo solía leer a Zane Grey” dijo el más alto.

“Sí. Bueno. No es como para estar orgulloso. Este tipo… ¿cómo ha dicho que se llamaba?

“Ben. Ben Lassiter. ¿Y ustedes son…?”

El hombrecito sonrió; se parecía muchísimo a una rana, pensó Ben. “Yo soy Seth” dijo “Y aquí mi amigo se llama Wilf.”

“Encantado” dijo Wilf.

“Hola” dijo Ben.

“Con franqueza” dijo el hombrecito “estoy de acuerdo con usted.”

“¿Ah, sí? dijo Ben, perplejo.

El hombrecito asintió. “Sí. H. P. Lovecraft. No sé a qué viene tanto alboroto. Si no sabía escribir, coño” Sorbió la cerveza negra haciendo ruido, luego se lamió la espuma de los labios con una lengua larga y flexible. “En serio, para empezar, fíjese en las palabras que usaba. Insondable ¿sabe lo que significa insondable?

Ben negó con la cabeza. Parecía que estaba hablando de literatura con dos desconocidos en un pub inglés mientras bebía cerveza. Se preguntó por un instante si se habría convertido en otra persona cuando no estaba mirando. La cerveza sabía menos mal cuanto más se acercaba al final del vaso y estaba empezando a borrar el regusto persistente del refresco de cereza.

Insondable. Significa misterioso. Extraño, desconocido. Eso es lo que significa. Lo busqué. En un diccionario. ¿Y giboso?

Ben volvió a negar con la cabeza.

Giboso significa que la luna estaba casi llena. ¿Y qué hay de lo que siempre nos llamaba, eh? Aquello. ¿Cómo era? Empieza con una b. Lo tengo en la punta de la lengua…

“Bastardos” sugirió Wilf.

“No. Aquello. Ya sabes. Batracios. Eso es. Significa que parecían ranas.”

“Espera un momento” dijo Wilf “Yo creía que era, digamos, una especie de camello”

Seth negó rotundamente con la cabeza. “Eran ranas, segurísimo. No eran camellos, sino ranas.”

Wilf sorbió su Shoggoth haciendo ruido. Ben sorbió la suya con cuidado, sin placer.

“¿Y…?”

“Tienen dos jorobas”terció Wilf, el alto.

“¿Las ranas?” preguntó Ben.

“No. Los batracios. Mientras que el típico camello dromederario tiene sólo una. Es para el largo viaje a través del desierto. Eso es lo que comen.”

“¿Ranas?” preguntó Ben.

“Jorobas de camello” Wilf le clavó un ojo saltón y amarillo a Ben. “Escúcheme bien, jovencito campechano. Después de llevar tres o cuatro semanas en un desierto inexplorado, un plato de joroba de camello asada empieza a parecer muy apetitoso.”

Seth puso cara de desdén. “Tú nunca te has comido una joroba de camello.”

“Podría haberlo hecho” dijo Wilf.

“Sí, pero no lo has hecho. Ni siquiera has estado en un desierto.”

“Bueno, pero suponte que hubiera hecho una peregrinación a la Tumba de Nyarlathotep…”

“¿Te refieres al rey negro de los antiguos que vendrá de noche desde el Este y al que no conocerás?”

“Por supuesto que me refiero a él.”

“Sólo me quería asegurar.”

“Una pregunta estúpida, por si quieres saberlo.”

“Te podrías haber referido a otra persona con el mismo nombre.”

“Bueno, no es que sea precisamente un nombre común, ¿verdad? Nyarlathotep. ¿No va a haber precisamente dos, verdad? "Hola, me llamo Nyarlathotep, qué casualidad encontrarte aquí, quién hubiera dicho que éramos dos". No, creo que no. Bueno, así que estoy recorriendo con gran dificultad esas extensiones inexploradas, pensando para mí mismo, qué no daría por una joroba de camello…”

“Pero, ¿verdad que no lo has hecho? Tú nunca has salido de la bahía de Innsmouth.”

“Bueno… no.”

“Ves” Seth miró a Ben triunfalmente. Entonces se inclinó y le susurró, “Se pone así cuando se ha tomado algunas copas, me temo.”

“Lo he oído” dijo Wilf.

“Bien” dijo Seth. “En fin. H. P. Lovecraft. Pues escribía una de sus malditas frases, como, ejemplo "La luna gibosa flotaba a poca altura sobre los insondables y batracios del escamoso Dulwich"… ¿Qué quiere decir, eh?, ¿Qué quiere decir? Yo os diré lo que quiere decir, joder. Lo que quiere decir, joder, es que la luna estaba casi llena y que todos los que vivían en Dulwich eran malditas ranas misteriosas. Eso es lo que quiere decir.”

“¿Qué hay de esa otra cosa que has dicho?” preguntó Wilf.

“¿Qué?”

Escamoso ¿Y eso qué significa?

Seth se encogió de hombros. “No tengo ni idea” reconoció” pero lo usaba muchísimo.

Hubo otra pausa.

“Soy estudiante” dijo Ben “Voy a ser metalúrgico” de algún modo había logrado acabarse su primera pinta de Vieja Peculiar de Shoggoth, que era, se dio cuenta agradablemente escandalizado, la primera bebida alcohólica de su vida. “¿Y ustedes a qué se dedican?”

“Nosotros”, dijo Wilf, “somos acólitos.”

“Del Gran Cthulhu” dijo Seth, con orgullo.

“¿Ah, sí?, dijo Ben “¿Y eso en qué consiste exactamente?”

“Ahora invito yo” dijo Wilf, “Esperad”. Wilf fue hasta la camarera y regresó con otras tres pintas. “Bueno”, dijo, “ahora, técnicamente, consiste en poca cosa. La verdad es que el acolitar no es lo que se podría llamar un empleo laborioso en plena temporada de mucho trabajo. Eso se debe, por supuesto, a que él está dormido. Bueno, no está exactamente dormido, sino más bien, si se quiere ser más exacto, muerto.”

En su morada de R’lyeh, Cthulhu muerto sueña” interpuso Seth. “O, como dice el poeta, "Que no está muerto lo que puede yacer eternamente"

Pero tras incontables eones” recitó Wilf.

“y por incontables quiere decir muchísimos…”

“Exacto. No estamos hablando de los típicos eones en absoluto.”

Pero tras incontables eones, incluso la muerte puede morir.

Ben se sorprendió un poco al descubrir que parecía estar bebiéndose otra pinta llena de la Vieja Peculiar de Shoggoth. No sabía por qué, pero el sabor a cabra fétida era menos desagradable en la segunda pinta. También estaba encantado de descubrir que ya no tenía hambre, que los pies ampollados habían dejado de dolerle y que sus compañeros eran hombres encantadores e inteligentes, cuyos nombres le estaba costando dinstiguir. No tenía la suficiente experiencia con el alcohol para saber que ése era uno de los síntomas de ir en la segunda pinta de la Vieja Peculiar de Shoggoth.

“Así que ahora mismo”, dijo Seth o tal vez Wilf, “el negocio es más bien ligero. Consiste principalmente en esperar.”

“Y rezar”, dijo Wilf, si no era Seth.

“Y rezar. Pero muy pronto todo eso cambiará.”

“¿Sí?”, preguntó Ben, “¿Cómo es eso?

“Bueno”, le confió el más alto, “cualquier día de éstos, el Gran Cthulhu (actualmente fallecido de forma pasajera), que es nuestro jefe, se despertará en su especie de cuarteles submarinos”

“Y entonces”, dijo el más bajo, “se desperezará y bostezará y se vestirá…”

“Probablemente irá al váter, no me sorprendería en absoluto.”

“Quizá lea los periódicos.”

“… y cuando haya hecho todo eso, saldrá de las profundidades del océano y devorará el mundo entero.”

Ben encontró que aquello era inexplicablemente divertido. “Como un almuerzo de labrador”, dijo.

“Exacto. Exacto. Bien dicho, joven caballero americano. El Gran Cthulhu se zampará el mundo como si fuera un almuerzo de labrador y sólo dejará el trozo de encurtido de Branston en el plato.”

“¿Eso es la cosa marrón?”, preguntó Ben. Ellos asintieron y él fue a la barra y trajo otras tres pintas de la Vieja Peculiar de Shoggoth.

Apenas se acordaba de la conversación que siguió. Recordaba que se había acabado la pinta y que sus nuevos amigos le habían invitado a hacer un recorrido a pie por el pueblo y le habían mostrado los diversos lugares de interés, “Ahí es donde alquilamos los vídeos y aquel edificio grande que hay al lado es el Templo sin Nombre de los Dioses Innombrables y los sábados por la mañana hay un mercadillo de beneficencia en la cripta…

Les explicó su teoría de la guía del viaje a pie y les dijo, emocionado, que Innsmouth era tanto pintoresco como encantador. Les dijo que eran los mejores amigos que había tenido jamás y que Innsmouth era exquisito.

A la luz pálida de la luna casi llena, sus dos nuevos amigos se parecían increíblemente a ranas enormes. O tal vez a camellos.

Los tres caminaron hasta el final del muelle oxidado y Seth y/o Wilf le mostraron a Ben las ruinas de la Hundida R’lyeh en la bahía, visible bajo el mar a la luz de la luna, y a Ben le invadió algo que, según explicó una y otra vez, era un ataque de mareo repentino e imprevisto y vomitó largo y tendido por encima de las rejas metálicas al mar negro de abajo… Después, todo se volvió un poco raro.

Ben Lassiter se despertó en una ladera fría con la cabeza a punto de estallar y con mal sabor de boca. Tenía la cabeza apoyada en la mochila. Había un páramo rocoso a cada lado y no había ni rastro de una carretera ni de ningún pueblo, pintoresco, encantador, exquisito o siquiera típico.

Caminó a trompicones y cojeando casi una milla hasta la carretera más cercana y la siguió hasta que llegó a una gasolinera.

Le dijeron que no había ningún pueblo en la zona que se llamara Innsmouth. Ningún pueblo con un pub llamado El libro de los nombres muertos. Les habló de dos hombres, llamados Wilf y Seth, y de un amigo suyo, llamado Eón Incontable, que estaba profundamente dormido en algún sitio, si no estaba muerto, bajo el mar. Le dijeron que no tenían muy buen concepto de los hippies americanos que vagaban por el campo drogándose y que probablemente se sentiría mejor después de una buena taza de té y un bocadillo de atún con pepino, pero que si estaba completamente decidido a vagar por el campo drogándose, el joven Ernie, que hacía el turno de tarde, le vendería con mucho gusto una buena bolsita de cannabis de su huerta, si volvía después de comer.

Ben sacó su libro Un viaje a pie por la costa británica y trató de encontrar Innsmouth para demostrarles que no lo había soñado, pero fue incapaz de localizar la página donde estaba, si es que había estado ahí alguna vez. No obstante, alguien había arrancado, con brusquedad, casi toda una página, a mitad del libro más o menos.

Entonces Ben pidió un taxi por teléfono, que le llevó a la estación de ferrocarril de Bootle, donde cogió un tren, que le llevó a Manchester, donde se subió a un avión, que lo llevó a Chicago, donde cambió de avión y voló a Dallas, donde cogió otro avión que iba al norte y allí alquiló un coche y se fue a casa.

Descubrió que saber que estaba a más de 600 millas del océano era muy reconfortante; aunque, más adelante, se mudó a Nebraska para aumentar la distancia con el mar: había cosas que vio, o creyó haber visto, bajo el viejo muelle aquella noche que nunca conseguiría quitarse de la cabeza. Había cosas que acechaban bajo gabardinas grises que no eran para el conocimiento del hombre. Escamosas. No le hacía falta buscar en el diccionario. Lo sabía. Eran escamosas.

Un par de semanas después de su regreso a casa, Ben envió un ejemplar anotado de Un viaje a pie por la costa británica a la editorial, para entregar a la autora, con una carta extensa que contenía unas cuantas sugerencias útiles para ediciones futuras. También le pedía a la autora si le podía enviar una fotocopia de la página que habían arrancado de su guía, para quedarse tranquilo; pero en el fondo se sintió aliviado, a medida que los días se convertían en meses y los meses se convertían en años y luego en décadas, de que ella nunca le contestara.

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