"Si quieres crear un pay de manzana de la nada, primero
debes inventar
el universo..." - Carl Sagan.
I - El Acelerador de Partículas
Ellos crearon un templo subterráneo. Una torre de Babel
hundida en el subsuelo a 175 metros de profundidad. Ellos querían, como los
arquitectos Bíblicos, conocer lo desconocido, descubrir el origen, reproducir
la creación.
El deseo de desenmarañar la naturaleza del todo flotaba
permanentemente en el ambiente controlado del laboratorio. Cientos de
ventiladores y máquinas emitían un zumbido constante, al cual los
investigadores llamaban el "silencio del abismo"
.
Esto, combinado con el olor a hierro quemado daba la ominosa
sensación de encontrarse uno en el espacio. El Doctor Migdal yacía en un nido
de cables multicolores y -con los ojos cerrados- fantaseaba que su cuerpo, sin
peso, flotaba, empujado por la brisa de la ventilación.
Algunas veces, él se imaginaba siendo atraído por un tubo
muy angosto, un popote de cafetería, el cartucho de tinta de una pluma o una
arteria sangrante. Sus pies, cerca del borde del conducto, sentían un peso
titánico que lo jalaría y empujaría a través de la pequeña cavidad. Migdal
podía ver como se volvería una gruesa hilera de partículas subatómicas que se
extendería por siempre.
La mayor parte del tiempo, él se veía llegando lentamente a
la unión del túnel circular que formaba el acelerador de partículas. Ante el
acelerador, Migdal era diminuto. La maquinaria lo atraía suavemente, pero con
tal aceleración que no perdió tiempo alguno en alcanzar la velocidad de la luz.
Sabía que, mientras más rápido viajara a través del espacio, más lentamente lo
haría a través del tiempo, de tal modo que, si miraba adelante, podría ver los
rayos de las partículas que lo precedieron -enviadas durante la mañana, el día
previo o el mes anterior- y si miraba atrás, podría ver lo que vendría -mañana,
el día siguiente o el próximo mes.