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sábado, 14 de noviembre de 2015

El torneo de los maestros cantores, E. T. A. Hoffmann



I. En la Corte de Turingia:

El landgrave que gobernaba en Turingia en 1208 era un gran amigo y protector de los maestros cantores. Estos formaban asociaciones reglamentadas compuestas por discípulos, poetas, músicos y amigos del arte lírico.

El duque que en aquella época tenía a su cargo el gobierno de Turingia había reunido a seis ilustres maestros cantores, que intervenían en brillantes fiestas y torneos. Entre las damas de la corte había una particularmente aficionada a ese arte, la condesa Matilde. Enrique de Ofterdingen era un joven y apuesto maestro cantor a quien el landgrave distinguía sobre los demás. Este favorito de la corte estaba enamorado de la condesa Matilde; pero ésta, que conservaba el recuerdo de su difunto marido como un sagrado culto, no correspondía a sus galanteos.

La llegada de otro maestro cantor, Wolfram, eclipsó en parte gloria y el prestigio del afortunado joven Enrique. A pesar de querer mucho a su rival y de haber aceptado con resignación el olvido en que lo tenía el landgrave, Enrique se sentía desdichado.

Poco tiempo después, positivamente enfermo, abandonó el castillo de Wartburgo, y se fue a la ciudad de Eisenach. Los maestros compañeros suyos se afligieron mucho al ver su estado. Únicamente Wolfram pareció alegrarse. Decía que ahora que su enfermedad era física a todas luces, debía de estar próxima su total curación. Pero viendo que el tiempo pasaba y que no tenía noticias del restablecimiento de su amigo, decidió un día visitarlo. Cuando el enfermo notó la presencia de su amigo en el dormitorio, se incorporó con dificultad y le tendió la mano.

-Sé que mi mal es mal de amor- le dijo-. Estoy perdidamente enamorado de la condesa Matilde. Y como estoy convencido de que nunca podré ser correspondido por ella, he preferido venir a terminar mis días lejos del castillo renunciando a ella definitivamente.

-Haces mal en peder las esperanzas.

-Agradezco tu buena intención, pero sé que tú también la amas y que ella te corresponde.

A pesar de su promesa de no regresar al castillo de Wartburgo, el pobre enamorado intentó más de una vez emprender el viaje. Y un día, al anochecer, sin saber cómo, se encontró de pronto en la selva que circulaba el castillo. No comprendiendo lo que le pasaba y presa de gran desesperación se echó sobre el pasto. De pronto oyó a sus espaldas una risa estridente que le heló la sangre. Se volvió asustado y vio una figura alta y oscura que con voz irónica y destemplada le dijo:

-No dudo que yo puedo ser el más grande de los maestros, pero no debo daros lecciones.

-¿Es posible?- preguntó Enrique.

-Sí. Pero no os desaniméis. Puedo daros varios consejos tan valiosos como un curso completo. ¿Habéis oído hablar alguna vez de un célebre maestro cantor llamado Klingsohr?