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viernes, 4 de diciembre de 2015

¡Arrepiéntete, Arlequín!, dijo el señor TicTac, Harlan Ellison


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Nunca falta quien pregunta: «¿De qué se trata?» Para los que siempre necesitan preguntar, para aquellos a quienes siempre hay que decir las cosas con todas las letras, y que necesitan saber «dónde posan los pies», va esto:

La mayoría de los hombres sirve al estado, no como hombres principalmente, sino como máquinas: con sus cuerpos. Son el ejército en pie, las milicias, los celadores, los policías, las fuerzas de la ley. En muchos casos, no hay ningún ejercicio libre del juicio, o del sentido moral; estos hombres se ponen al mismo nivel que la madera, la tierra y las piedras; acaso tal vez puedan fabricarse hombres de madera que sirvan a los mismos fines. No inspiran más respeto que un títere o que un trozo de tierra. Su valor es igual al de los perros o los caballos. Sin embarco, se les suele considerar buenos ciudadanos. Otros —en su mayoría legisladores, políticos, juristas, ministros y funcionarios— sirven al estado principalmente con su mente; y, dado que muy rara vez hacen distinciones morales, son tan proclives a servir al diablo, sin quererlo, como a Dios. Muy pocos, como los héroes, los patriotas, los mártires, los reformistas en el sentido más elevado, y los «hombres», sirven al estado también con sus conciencias, y así, necesariamente, se le oponen casi constantemente; por lo general, el estado suele tratarlos como a enemigos.

Henry David Thoreau. Desobediencia civil.

Allí está la raíz de todo. Ahora comencemos por el medio, y luego sepamos el principio; el final se encargará de sí mismo.

Pero debido a que el mundo era precisamente así, precisamente como dejaron que llegase a ser, durante meses sus actividades no atrajeron la atención de Los que Mantienen la Maquinaria Funcionando Normalmente, de los que engrasaban con el mejor lubricante los resortes y muelles de la cultura. Sólo cuando fue evidente que, de algún modo, vaya a saberse cómo, se había convertido en una celebridad, en una notoriedad, acaso en un héroe («sujeto a quien la Oficialidad inevitablemente persigue») para «un segmento emocionalmente perturbado de la población», sólo entonces fueron a ver al señor Tic-Tac y a su maquinaria legal. Pero, por ser el mundo como era y porque no tenían forma de predecir que él llegaría a existir —posiblemente un rebrote de alguna enfermedad erradicada largo tiempo atrás que ahora volvía a surgir en un sistema donde la inmunidad había quedado en el olvido—, posiblemente por eso se le había dejado adquirir demasiada realidad. Ya tenía forma y sustancia.

Había adquirido una personalidad, algo que habían erradicado del sistema muchas décadas atrás. Pero allí estaba, con su personalidad insoslayable y definida. En ciertos círculos —de la clase media— se lo consideraba una vulgar ostentación. Un anarquista de mal gusto. Una vergüenza. En otros, sólo había risillas: los estratos donde el pensamiento se reducía a la forma y el ritual, a lo apropiado y conveniente. Pero más abajo, ah, más abajo, donde la gente pedía santos y pecadores, pan y circo, héroes y villanos, se lo consideraba un Bolívar, un Napoleón, un Robín Hood, un Dick Bong (As de Ases), un Jesús, un Jomo Kenyatta. Y arriba —donde cada temblor y vibración amenaza con arrancar a los ricos, poderosos y nobles de sus mástiles, se lo veía como a un peligro, como a un hereje, un rebelde o una desgracia. Se lo conocía en el fondo, en el centro, pero las reacciones importantes se producían mucho más arriba, y por debajo. En la cúspide y en el extremo inferior.