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domingo, 27 de septiembre de 2015
La última persona joven del mundo escribe sus memorias, Charlie Jane Anders
Ésta es la historia de mi llegada a la mayoría de edad. Me dijeron que la escribiera para que todos supieran cómo me siento. No tengo la menor idea de cómo me siento, pero en cuanto lo sepa, lo compartiré.
El señor Sanderson me dijo que escribiera con una tristeza tácita que escondiera el dolor del asombro. O algo así. Principalmente, me siento cansado. No me permiten detenerme.
Esta mañana, me despertaron a las siete para que me rebelara contra la autoridad durante una hora. Después, quince minutos para el desayuno, antes de llevarme al estudio para grabar la pista vocal de mi nuevo sencillo, “Soy inocente (tócame)”. Eso tomó hora y media debido a que no respiraba de la manera correcta. Como si estuviera jadeando, pero no tanto. Después, el señor Ogawa quiso que pasara media hora siendo un poeta furioso, con spandex negro, y después pasé dos horas modelando lo último de la moda mientras Belinda Stein me preguntaba qué quieren los jóvenes. Como soy el único joven vivo, le dije que quería una dona. No se me permite comer donas, por aquello de mi figura.
OK, así que el señor Anderson miró sobre mi hombro y me dijo que no estaba siendo lo suficientemente emocional. Quiere que proyecte el mundo entero dentro de mí, mediante las cosas que me callo. Algo así como el agujero en la dona que no puedo comer. Donadonadonadonadona. ¡Quiero una maldita dona!
El señor Anderson me dice que si puedo ser un autobiógrafo evocador por la siguiente media hora me dará media dona. O quizá un buñuelo.
Así que esto es lo que recuerdo. Los otros niños, cuando todavía existían, me llevaron a tallar calabazas. El cielo se llenó de niebla, como si pudiera verme totalmente en ese momento y quisiera compartir el brillo que pudiera. Éramos Jenny Wrigley, Mamie Davis y yo. A Jenny le llamábamos Menta por su apellido de marca de chicles.
En el camino, justo donde el desarrollo urbano en el que vivíamos se encontraba con los maizales, encontramos un gato. Se veían las marcas de la llanta que había hecho puré su cabeza, pero su cola seguía levantada. Lo estuvimos observando hasta que la niebla humedeció nuestro pelo. Mamie dijo que era un gato negro, aunque tenía partes blancas, y que nos daría mala suerte. Menta y Mamie se burlaron de mis zapatos ortopédicos.
Intentaban dejarme atrás, aun cuando no podría encontrar el camino de regreso a casa. Sus padres les habían pedido que me llevaran con ellas porque mi mamá necesitaba tiempo a solas después de intentar suicidarse con unas barbies negras.
Trataba de alcanzar a Menta y Davis, aun cuando mis zapatos ortopédicos mordían mis pies. Llegamos al huerto de calabazas y encontramos un bulbo redondo y perfecto para tallar.
El suelo olía a trasero. En serio, olía como esa sensación que da cuando sabes que vas a perder algo, pero todavía no sabes qué. Me recordaba el pañal para adultos de mamá, y las gotas de café evaporándose en la rejilla de metal redonda donde se pone la jarra, cuando nadie apaga la cafetera. Lo que sea. De hecho, olía a trasero.
Menta metió mi cabeza dentro de la calabaza y toda la pulpa se me metió en las narices y el pelo como si fueran lombrices. Grité y me sacudí, pero no me soltaba. Y Mamie se reía y me decía Frankenzapatos. Sentí que el mundo sería oscuro y viscoso por toda la eternidad. No podía pensar en otra cosa.
Y entonces escuchamos un hombre, respirando profundamente. Al principio pensamos que era el viento, pero el sonido se hizo más ronco. Menta soltó mi cuello y saqué mi cabeza de la calabaza. Nos pusimos a buscar de dónde provenía el sonido rasposo.
Había un hombre desnudo ahí, con nosotros, en el huerto de calabazas. ¡Era el señor Sanderson! Y tenía un pulgar metido en su ano. ¡Ahí, en el huerto! Y entonces dijo: me gustan más las calabazas que las personas. Jajajajaja, sólo es un chiste.
Carajo, ya ni siquiera quiero mi dona, esto es taaaan aburrido.
Y no se detiene aquí. Cuando acabe de escribir mis memorias, tengo que ir a un reality show donde estoy atrapado por tres horas en una casa con el tipo que actuaba de Xander en Buffy y la muchacha que salía de Sabrina, la bruja adolescente.
Se supone que va a ser muy divertido. Después, tengo que protestar contra la guerra durante quince minutos, y ojalá entonces me den de comer. Después, experimentaré con drogas durante una hora y entonces, patinaré otro tanto. Un berrinche con lágrimas y llegará la hora de dormir. Mira, aquí, en mi agenda, dice “berrinche con lágrimas: 15 minutos”. Se supone que mañana voy a actuar en una película “controvertida pero con buen gusto” sobre mi despertar sexual.
Pero bueno, lo que sea. Por lo menos no estoy muerto como Mamie. O Menta, con quien compartía sentimientos de los que nunca pudimos hablar, un conocimiento de la oscuridad y el calor escondido bajo el lodo congelado.
Ahora, ¿alguien me puede dar mi pinche media dona, por favor?
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