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jueves, 10 de diciembre de 2015

Las verdes colinas de la Tierra, Robert A. Heinlein


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Esta es la historia de Rhysling, el Cantor Ciego de los Espacios, pero no en su versión oficial. En el colegio se cantan sus palabras:

“Oremos por un último aterrizaje
en el globo que me vio nacer;
déjame posar mis ojos en los cielos aborregados
y las frescas y verdes colinas de la Tierra.”

O quizá cantéis en francés, o en alemán. O acaso en esperanto, mientras el arco iris de la Tierra se extiende sobre nuestras cabezas.

El lenguaje no tiene importancia, era con toda certeza una lengua terrestre. Nadie ha traducido jamás “Verdes colinas” al suave idioma venusiano, jamás un marciano lo ha croado ni susurrado en los áridos corredores. Es nuestro. Nosotros, los habitantes de la Tierra, lo hemos exportado todo, desde las películas de Hollywood a las substancias radiactivas sintéticas, pero esto pertenece exclusivamente a la Tierra, y a sus hijos e hijas doquiera que se encuentren.

Todos hemos oído referir muchas historias de Rhysling. Cualquiera de vosotros puede incluso ser uno de los muchos que han tratado de graduarse o sed aclamados a través de versiones escolares de sus obras publicadas... “Canciones del Espacio”, “El Gran Canal y otros Poemas”, “Alto y Lejos” y “¡Arriba, Nave!”

Sin embargo, pese a que habéis cantado sus canciones y leído sus versos en el colegio y otros sitios toda vuestra vida, podría hacerse una ventajosa apuesta, a menos que seáis también un hombre del espacio, de que no habéis oído siquiera hablar de la mayoría de las canciones inéditas de Rhysling, como, por ejemplo, “Desde que el avión se encontró con mi primo”, “La muchacha pelirroja del Venusberg”, “¡Conserva los pantalones Capitán!” o “Un traje del espacio para dos”.

Ni es posible tampoco insertarías en una revista familiar.

La reputación de Rhysling quedó protegida por un cuidadoso ejecutor testamentario y por la feliz casualidad de que no fue nunca intentado. “Canciones de los Espacios” apareció la semana de su muerte cuando llegó a ser un best seller, las historias publicitarias que le hacían referencia fueron reunidas en lo que el público recordaba acerca de él, más las anécdotas subidas de color que fueron añadidas por sus editores. La imagen pictórica resultante de Rhysling es tan auténtica como el hacha de Jorge Washington o las galletas de King Georges.

En la realidad, no os hubiera gustado verlo en vuestros salones; no era socialmente aceptable, tenía quemaduras de sol, unas quemaduras permanentes que se rascaba continuamente, y no añadían nada a su despreciable belleza. Su retrato, pintado por Van der Voort para la centésima edición Harriman de sus obras maestras, muestra una figura de tragedia griega, una boca solemne, unos ojos sin vista, ocultos por una venda de seda negra. ¡No era nunca solemne! Tenía la boca siempre abierta, cantando, riendo, bebiendo o comiendo. La venda solía ser un harapo, generalmente sucio. Cuando perdió la vista, se fue volviendo más y más descuidado de su persona.,