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jueves, 10 de diciembre de 2015
Las verdes colinas de la Tierra, Robert A. Heinlein
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Esta es la historia de Rhysling, el Cantor Ciego de los Espacios, pero no en su versión oficial. En el colegio se cantan sus palabras:
“Oremos por un último aterrizaje
en el globo que me vio nacer;
déjame posar mis ojos en los cielos aborregados
y las frescas y verdes colinas de la Tierra.”
O quizá cantéis en francés, o en alemán. O acaso en esperanto, mientras el arco iris de la Tierra se extiende sobre nuestras cabezas.
El lenguaje no tiene importancia, era con toda certeza una lengua terrestre. Nadie ha traducido jamás “Verdes colinas” al suave idioma venusiano, jamás un marciano lo ha croado ni susurrado en los áridos corredores. Es nuestro. Nosotros, los habitantes de la Tierra, lo hemos exportado todo, desde las películas de Hollywood a las substancias radiactivas sintéticas, pero esto pertenece exclusivamente a la Tierra, y a sus hijos e hijas doquiera que se encuentren.
Todos hemos oído referir muchas historias de Rhysling. Cualquiera de vosotros puede incluso ser uno de los muchos que han tratado de graduarse o sed aclamados a través de versiones escolares de sus obras publicadas... “Canciones del Espacio”, “El Gran Canal y otros Poemas”, “Alto y Lejos” y “¡Arriba, Nave!”
Sin embargo, pese a que habéis cantado sus canciones y leído sus versos en el colegio y otros sitios toda vuestra vida, podría hacerse una ventajosa apuesta, a menos que seáis también un hombre del espacio, de que no habéis oído siquiera hablar de la mayoría de las canciones inéditas de Rhysling, como, por ejemplo, “Desde que el avión se encontró con mi primo”, “La muchacha pelirroja del Venusberg”, “¡Conserva los pantalones Capitán!” o “Un traje del espacio para dos”.
Ni es posible tampoco insertarías en una revista familiar.
La reputación de Rhysling quedó protegida por un cuidadoso ejecutor testamentario y por la feliz casualidad de que no fue nunca intentado. “Canciones de los Espacios” apareció la semana de su muerte cuando llegó a ser un best seller, las historias publicitarias que le hacían referencia fueron reunidas en lo que el público recordaba acerca de él, más las anécdotas subidas de color que fueron añadidas por sus editores. La imagen pictórica resultante de Rhysling es tan auténtica como el hacha de Jorge Washington o las galletas de King Georges.
En la realidad, no os hubiera gustado verlo en vuestros salones; no era socialmente aceptable, tenía quemaduras de sol, unas quemaduras permanentes que se rascaba continuamente, y no añadían nada a su despreciable belleza. Su retrato, pintado por Van der Voort para la centésima edición Harriman de sus obras maestras, muestra una figura de tragedia griega, una boca solemne, unos ojos sin vista, ocultos por una venda de seda negra. ¡No era nunca solemne! Tenía la boca siempre abierta, cantando, riendo, bebiendo o comiendo. La venda solía ser un harapo, generalmente sucio. Cuando perdió la vista, se fue volviendo más y más descuidado de su persona.,
"Noysi" Rhysling era un aviador a chorro, de segunda clase, con unos ojos tan buenos como los vuestros, que había firmado para un vuelo circu1ar a los asteroides de Júpiter en el R.S. Goshawk. Las tripulaciones firmaban relevos para cualquier cosa en aquellos días; un asociado de 1os Uoyds se hubiera reído en vuestras barbas si le hubieseis hablado de asegurar un hombre del espacio. Del Acta de Precaución del Espacio no había oído hablar nadie, y la Compañía respondía únicamente de los sueldos cuando había lugar a ello. La mitad de las naves que fueron más allá de Luna City no regresaron nunca. A los hombres del espacio no les importaba; de preferencia firmaban a cambio de acciones y, cualquiera de ellos hubiera estado dispuesto a apostar que era capaz de saltar del piso 200 de Harrirnan Tower, a poco que les hubieseis ofrecido tres a dos y pudiese gastar suelas de goma para el aterrizaje.
Los aviadores a chorro eran los más despreocupados de todos y los más ínfimos. Comparados con ellos, los capitanes, operadores de radar y astrogadores (no había cenas ni camareros en aquellos días), eran pacíficos vegetarianos. Los aviadores a chorro sabían demasiado. Los otros confiaban en la pericia del capitán para llevarlos, salvos y sanos a tierra; los aviadores a chorro sabían que la pericia era inútil contra los ciegos y caprichosos demonios encadenados en el interior de los cohetes del motor.
La Goshawk fue la primera de las naves de Harriman que fue convertida de combustible químico a pilas de energía atómica, o, mejor dicho, la primera que no saltó en pedazos. Rhysling la conocía muy bien; era una vieja unidad que había realizado el circuito de Luna City, estación del espacio de SupraNueva York a Leyyport y regresó antes de ser convertida en nave del espacio. Cuando abandonó el recorrido de la Luna, realizó su primer viaje al espacio profundo. Itywatets, en Marte, y regresó con asombro de todos.
En los tiempos en que se enganchaban para la vuelta a Júpiter, hubiera sido nombrado seguramente ingeniero jefe, pero después del viaje de exploración de Drywaters, había sido despedido, puesto en la lista negra y desembarrado en Luna City por haber pasado el tiempo escribiendo canciones y versos cuando hubiera debido estar vigilando sus instrumentos. La Canción se llamaba “El capitán es un padre para sus hombres”; con el escandaloso e impublicable estribillo final.
La lista negra no lo inquietó. Ganó un acordeón en la barraca de un chino en Luna City, haciendo trampas, y desde entonces anduvo cantando a cambio de bebidas y propinas hasta que un súbito roce entre aviadores fue causa de que el agente de la Compañía le diese otra oportunidad de probar suerte. Estuvo un par de años alejado de la Luna, volvió al espació abierto, contribuyó a dar a Venusberg su original y madura reputación, recorrió las orillas del Gran Canal cuando se estableció una segunda colonia en la antigua capital de Marte y se heló los pies y las orejas durante el segundo viaje a Titán.
Las cosas iban aprisa en aquellos tiempos. Una vez la locomoción por pilas de energía fue aceptada, el número de naves que emprendieron el recorrido del sistema Luna-Tierra quedó limitado únicamente por el número de tripulaciones disponibles. Los aviadores a chorro eran escasos; las precauciones eran reducidas a un mínimo para evitar peso y todos hombres casados no querían correr el posible riesgo de una exposición a la radiactividad. Rhysling no tenía ninguna intención de ser padre de familia, de manera que los empleos estuvieron siempre a su disposición durante los días de bullicioso apogeo. Cruzó y volvió a cruzar el sistema solar, cantando las monstruosidades que le pasaban por el cerebro y acompañándose al acordeón.
El capitán del Goshawk le conocía; el capitán Hicks había sido astrogador durante el viaje de Rhysling en la nave.
-Bienvenido a bordo, "Noisy" - lo había saludado Hicks -. ¿Está usted sereno o firmo el rol por usted?
-Es imposible emborracharse con el jugo de chinches ese que venden aquí, capitán.
Firmó y se fue abajo, acompañado de su acordeón. Diez minutos después regresaba.
- Capitán - dijo sombríamente -, el chorro número dos no está en condiciones, los reguladores de cadmio están torcidos.
- ¿Por qué me lo dice usted a mí? ¡Dígaselo al jefe!
- Se lo he dicho, pero dice que funcionaran. Se equivoca.
El capitán se inclinó sobre el rol.
- Borre su nombre y lárguese. Zarpamos dentro de treinta minutos.
Rhysling lo miró, se encogió de hombros y se volvió abajo.
Hay un buen salto hasta los planetoides de Júpiter. Una nave del tipo Hawk tiene que lanzar explosiones durante tres guardias antes de entrar en vuelo libre. Rhysling tenía la segunda guardia. La regulación se hacía entonces a mano, con un mecanismo de multiplicación y una válvula de seguridad. Cuando la válvula se puso roja, trató de corregirla... y no tuvo suerte.
Los aviadores a chorro no esperan; por esto son aviadores a chorro. Se precipitó hacia el armario de herramientas y se lanzó contra la válvula con las tenazas. Las luces se apagaron, pero él siguió trabajando. Un aviador a chorro tiene que conocer el cuarto de máquinas como la lengua conoce el interior de la copa. En el momento de apagarse las luces dirigió una rápida mirada por encima del colector de plomo. El resplandor radiactivo azul no le ayudó en absoluto; echó la cabeza atrás y siguió orientándose por el tacto. Una vez hubo llegado donde quería, dijo por el tubo:
- ¡Chorro número dos fuera de servicio! Y por lo que más quieran, tráiganme un poco de luz aquí...
Había luz en el circuito de urgencia, pero no para él. El resplandor azul radiactivo fue la última cosa a los que respondió su nervio óptico.
"Mientras el Tiempo y el Espacio se arquean de nuevo para formar esta estrellada escena,
las tranquilas lágrimas del trágico júbilo siguen vertiendo su plateado resplandor;
a lo largo del Gran Canal se yerguen todavía las frágiles Torres de la Verdad;
su alada gracia defiende este lugar de belleza, suave y serena.
Quebrantados los huesos de la raza que elevó estas Torres; olvidas son sus ciencias;
ha tiempo desaparecieron los dioses que vertieron lágrimas que lamieran estas cristalinas riberas.
Lentas pulsaciones del corazón de Marte, agotado por el tiempo bajo estos cielos helados;
el aire tenue susurra sin ver que todo lo que vive tiene que morir...
Pero todavia las agujas de encaje de la Verdad cantan madrigales de belleza.
Y morará para siempre jamás en las orillas del Gran canal”
(De "El Gran Canal", con autorización de "Lux Tranacriptions Ltd.", Londres y Luna City.)
Durante el vuelo de regreso desembarcaron a Rhysling en Marte, en Drywaters; los muchachos pasaron el sombrero y el capitán dejó caer en él la paga de medio mes. Eso fue todo... finis, otra victima del espacio que no tuvo la buena suerte de acabar su carrera cuando la suerte lo abandonó. Estuvo con los investigadores y arqueólogos durante un mes o dos y hubiera podido permanecer probablemente más a cambio de sus canciones y su acordeón, pero los hombres del espacio mueren si permanecen en un sitio; embarcó en otra nave en Drywaters y de allí fue a Marsópolis.
La capital estaba en plena prosperidad. Las progresivas instalaciones flanqueaban el Gran Canal por ambas orillas y mancillaban las antiguas aguas con la suciedad de sus detritus. Esto ocurría antes de que el Tratado de los Tres Planetas prohibiese deteriorar reliquias culturales con fines comerciales; la mitad de las esbeltas y maravillosas torres habían sido derribadas, otras estaban desfiguradas para adaptarlas a las viviendas presurizadas de los terrestres.
Pero Rhysling no vio jamás ninguno de aquellos cambios, nadie le hizo una descripción de ellos; cuando de nuevo vio Marsópolis lo imaginó como había sido, antes de que fuese racionalizado para el comercio. Tenía buena memoria. Se detuvo en la explanada ribereña donde los antiguos grandes de Marte habían distraído sus ocios y vio su belleza desplegarse ante sus ojos ciegos; helada llanura azul no turbada por las mareas, inmaculada por la brisa, reflejando serenamente las agudas y brillantes estrellas del cielo marciano, y más allá de las aguas, los arbotantes de encaje y las aladas torres de una arquitectura demasiado delicada para nuestro vulgar y pesado planeta.
El resultado fue El Gran Canal.
El sutil cambio de orientación que le permitía ver belleza donde no la había ya, comenzaba ahora a afectar toda su vida. Todas las mujeres eran bellas para él. Las reconocía por la voz, amoldando sus facciones a sus sonidos. Un espíritu muy mezquino tiene que ser quien sea capaz de hablar a un ciego de otra forma que con suave gentileza; arpías que no daban punto de reposo a sus maridos, suavizaban su voz al hablar con Rhysling.
Poblaba este mundo de bellas mujeres y hombres amables “La Oscura Estrella Fugaz”, “El Cabello de Berenice”, “Canción de Muerte de un Potro Salvaje”, y sus demás canciones de amor de los vagabundos; los aviadores del espacio sin mujeres, eran la consecuencia directa del hecho de que su concepto de las cosas no estaba mancillado por las abyectas verdades. Todo suavizaba su aproximación a aquélla; cambiaba su obstinación en verso, y algunas veces incluso en poseía.
Disponía de mucho tiempo para pensar, tiempo, para evocar todas las palabras bellas y obstinarse en un verso hasta que sonaba bien a sus oídos. El monótono compás de “Canción de Chorro...”
"Cuando el campo está libre, los informes ya listos cuando la compuerta se cierra y las luces brillan verdes,
Cuando la comprobación está hecha, cuando es hora de orar,
Cuando el capitán asiente, cuando la nave zarpa…
¡Oye los chorros! ¡
¡Óyelos roncar a tu espalda,
cuando estás atado a tu sillón!
¡Siente tus costillas aplastar tu pecho,
siente tu cuello crujir y descansar!
¡Siente el dolor en tu nave,
siente la tensión de su fuerza!
¡Sientela elevarse! ¡Siéntela avanzar!
¡Acero potente, cobra vida, Bajo los chorros!"
…se le ocurrió, no mientras era a su vez un aviador a chorro, sino más tarde, cuando andaba errante de a Venus haciendo compañía a un viejo compañero de guardia.”
En los bares de Venusberg cantó su nueva canción y algunas de las antiguas. Alguien pasaba el sombrero por él; solía regresar con la remuneración normal de un trovador, doblada o triplicada como reconocimiento al galante espíritu que se ocultaba tras aquellos ojos vendados.
Era una vida fácil. Cualquier puerto del espacio era su hogar y cualquier nave su vehículo privado. No había capitán capaz de negarse a llevar el excedente de peso del ciego Rhysling y su caja de música; saltaba de Venusberg a Leyport, de Leyport Driwaters a New Shanghai o de regreso según era su antojo.
Jamás se acercó a la Tierra a menos de la estación del espacio de Supra-Nueva York. Incluso cuando firmó el contrato de las “Canciones del Espacio” puso su impresión digital en un camarote de primera de una nave, entre Lima City y Ganimedes. Horowitz, el editor original, estaba a bordo durante su segunda luna de miel y oyó a Rhysling cantar durante una fiesta. Horowitz era hombre muy ducho en materia publicitaria; en cuanto lo oyó, el contenido íntegro de las canciones pasó ciertamente a la cinta magnetofónica de la sala de comunicaciones de la nave antes de perder a Rhysling de vista. Los siguientes tres volúmenes fueron sacados a Rhysling en Venusberg, donde Horowitz había mandado a un agente para que lo hiciese beber hasta que hubiese cantado todo lo que pudiese recordar.
¡Arriba, nave! no es una composición característica de Rhysling. La mayor parte es suya, -no cabe duda, y “Canciones de Chorro” es indiscutiblemente suya, pero la mayoría de los versos fueron recopilados después de su muerte por gente que lo había conocido durante sus andanzas.
“Las Verdes Colinas de la Tierra” fueron creciendo durante veinte años. La forma primitiva qué conocemos fue compuesta antes de quedarse ciego, durante una francachela en compañía de algunos de los desdentados habitantes de Venus. Los versos hacían principalmente referencia a las cosas que los trabajadores pensaban hacer en la Tierra cuando una vez pagadas sus deudas, podían regresar a ella con permiso. Algunas de las estrofas eran vulgares, otras no, pero el coro era identificable con el de “Las Verdes Colinas.”
Sabemos exactamente de dónde y cuándo vino la forma final de Verdes Colinas.
En Venus, Ellis - Island, se encontraba una nave despachada para el salto directo a los Grandes Lagos, Illinois. Era el viejo Falcon el más reciente de los tipo Hawk y la primera nave a la que se aplico la nueva política del Trust Harriman de tarifa extraordinaria del servicio exprés entre las ciudades de la Tierra y cualquier colonia con paradas previstas.
Rhysling decidió regresar a la Tierra quizá su propia canción se le había metido en el alma, o acaso fuese tan sólo el deseo de volver a ver sus Ozarks natales.
La Compañía no autorizaba ya viajeros gratis; Rhysling lo sabía, pero jamás se le ocurrió que la medida pudiese aplicarse a él. Se iba haciendo viejo, Era un hombre del espacio, ¿y estaba un poco engreído de sus privilegios. No era una cosa senil, sabía simplemente que era uno de los jalones del espacio como el cometa Halley, los Anillos y la Sierra de Brewstet Entraba en el alojamiento de la tripulación en cualquier puerto, bajaba y se encontraba como en su casa en la primera litera de aceleración.
El capitán lo encontró en el momento que hacia su última vuelta de inspección.
-¿Que hace usted aquí? - le preguntó.
-Vuelvo otra vez a la Tierra capitán.
Rhysling no necesitaba ojos para ver los cuatro galones de un capitán.
-No puede usted volver en esta nave, ya conoce el reglamento. Levante una pierna y lárguese de aquí. Vamos a arrancar en enseguida.
E1 capitán era joven; había entrado en servicio cuando Rhysling había abandonado ya el activo, pero Rhysling conocía el tipo... cinco años de Harriman Hall con solo algunos viajes de prácticas como cadete en lugar de una sólida y profunda experiencia del espacio. Los dos hombres no tenían ninguna semejanza, ni de fondo ni de espíritu; el espacio cambiaba.
- Veamos, capitán, no le va usted a negar a un viejo el regresar a casa.
El capitán vacilaba; algunos tripulantes se habían detenido a escuchar.
- No puedo; Acta de Precaución del Espacio cláusula Seis”: Nadie puede penetrar en el espacio fuera de un miembro enrolado de la tripulación de una nave registrada, o como pasajero de pago de tal nave, de acuerdo con los reglamentos establecidos, de acuerdo con esta Acta. Levántese y márchese.
Rhysling retrocedió, poniéndose las manos detrás dé la cabeza.
- Si tengo que marcharme, maldito sea si camino. Que me lleven.
- ¡Oficial de guardia! - gritó el capitán -. ¡Llévese a este hombre!
El policía de a bordo levantó la vista hacia el techo.
- No puedo, capitán. Me he dislocado un hombro.
Los demás miembros de la tripulación, presentes un momento antes, se habían desvanecido detrás del muro.
- Bien, pues que venga el capataz.
- Se ha marchado ya, capitán.
- Oiga, capitán - dijo nuevamente Rhysling -, no nos enojemos por esto. Tiene usted también un articulo que le permite llevarme, si quiere; la cláusula “Hombre del Espacio en Peligro”.
- ¡”Hombre del Espacio en peligro”, un cuerno! No es usted un hombre del espacio en peligro; es usted un abogado del espacio. Ya sé quién es usted, lleva años rondando por todo este sistema. Bien, pues no lo hará usted en mi nave. La cláusula se refiere a hombres que han perdido su nave, no a hombres que quieren pasearse gratis por el espacio.
- Bien entonces, capitán, ¿no podría usted decir que he perdido mi nave? No he estado en la Tierra desde mi último viaje como tripulante en activo. La ley dice que tengo derecho a un viaje de regreso.
- Pero de esto hace años. Ha tenido usted ya muchas oportunidades.
- ¿Y no la tengo ahora? La cláusula no dice una palabra acerca del plazo en que hay que utilizar el regreso; dice únicamente que es un derecho. Vaya a comprobarlo, mi capitán. Si me equivoco, no solamente me iré por mis propios pies, sino que le pediré humildemente perdón delante de todos sus hombres. Vaya... véalo. Sea noble.
Rhysling podía casi sentir la mirada del capitán, pero éste se limitó a dar media vuelta y marcharse.
Rhysling sabía que había utilizado su ceguera para poner al capitán en una situación embarazosa, pero esto, lejos de turbarlo, le divertía.
Diez minutos más tarde sonaron las sirenas, oyó dar órdenes y la gran bocina que indicaba la ascensión. Cuando el suave suspiro de las compuertas y el ligero cambio de presión en sus oídos le dijeron que el despegue era inminente, se dirigió a la sala de energía, porque quería estar cerca de los chorros en el momento en que comenzasen las explosiones. No necesitaba a nadie que lo guiase para llegar donde fuese en una nave del tipo Hawk.
La cosa ocurrió durante la primera guardia. Rhysling había estado sentado en el sillón del inspector, jugueteando con las teclas de su acordeón y buscando una nueva versión de Verdes Colinas.
“Dejadme respirar de nuevo el aire no racionado
donde no hay carencia ni escasez...”
Pero no acababa de gustarle. Había un algo. Probó de nuevo.
“Dejad que me cure la fresca brisa
mientras giran en torno al perímetro
de nuestro adorado planeta maternal
de las frescas y verdes colinas de la Tierra…”
“Eso está mejor”, pensó.
-¿Qué te parece eso, Archie? - preguntó dominando el rugido.
- Muy bonito. Suéltalo todo.
Archie Macdougal, primer oficial de chorro, era un viejo amigo, tanto en medio del espacio como en los bares; había servido como aprendiz bajo las órdenes de Rhysling hacia muchos años y muchos millones de millas atrás, Rhysling lo complació y dijo,:
- Vosotros, los jóvenes, lo tenéis todo fácil. Todo es automático. Cuando yo le retorcía la cola tenía que estar despierto…
- Hay que estar despierto, todavía...
Les gustaba hablar del oficio y Macdougal le mostró el nuevo dispositivo de distribución que había reemplazado el nonio manual usado en tiempos de Rhysling. Este probó los controles e hizo preguntas hasta que se hubo familiarizado con la nueva instalación Su vanidad era considerarse todavía piloto de chorro e imaginar que su actual ocupación, en tanto que trovador, era tan sólo un expediente durante una de sus querellas con la Compañía como cualquiera podía tener.
- Veo que todavía tenéis instaladas las viejas placas de distribución a mano - observó, tocando las instalaciones con sus ágiles dedos.
- Todo menos las varillas de conexiones. Las he desmontado porque tapaban las esferas.
- Hubieran debido traerlas a bordo. Puedes necesitarlas.
- No sé. Me parece...
Rhysling no supo nunca lo que le parecía a Macdougal, porque fue en aquel momento cuando la cosa comenzó. Macdougal fue alcanzado de pleno por una explosión de radiactividad que lo abrasó donde estaba.
Rhysling tuvo la sensación de lo ocurrido. Reflejos automáticos de los viejos hábitos se apoderaron de él. Cerró el inyector y dio la alarma a la cámara de mando simultáneamente. Entonces recordó que las conexiones no estaban montadas. Debía sacarlas a tientas hasta que las encontrase, mientras reducía la marcha tanto como fuese posible para sacar el máximo beneficio de los colectores. Solo le preocupaba localizar las conexiones. El lugar para él tan iluminado como pudiese estarlo, conocía todos los rincones, todos los controles, lo mismo que conocía el teclado de su acordeón.
- ¡Aquí! ¡Sala de energía! ¡Sala de energía! ¿Qué alarma es ésa?
- ¡No entren! La sala está caliente - gritó. Sentía el calor en su rostro y sus huesos, sol en un desierto.
Consiguió poner las conexiones en su sitio, maldiciendo a todo el mundo, a todos por no haber tomado la llave inglesa que necesitaba. Después comenzó por tratar de reducir la situación a mano. Era un trabajo largo y delicado. Finalmente decidió que había que cerrar el chorro, pila y todo. Primero el parte.
-¡Control!...
- ¡Control al habla! ,¡Cierre el chorro tres, peligro!
- ¿Habla Macdougal?
- Macdougal está muerto. Habla Rhysling, de guardia. Prepárese a anotar...
No hubo respuesta; el capitán debió de quedar atónito pero no podía entrar en una sala de energía en momentos de peligro. Tenía que tener en cuenta los pasajeros, la nave y la tripulación. Las puertas tenían que permanecer cerradas.
El capitán debió de quedar más sorprendido todavía por el parte que Rhysling transmitió:
“Nos podrimos en los aledaños de Venus
nos combamos bajo su pútrido aliento.
Falsas son sus inundadas selvas,
serpenteando con la sucia muerte”
Mientras seguía trabajando Rhysling iba catalogando el Sistema Solar...
“duro suelo brillante de la Luna...”,
”...anillos irisados de Saturno…”,
“…heladas noches de Titán...”,
Abriendo al mismo tiempo el chorro y limpiándolo. Terminó con un coro alternado:
“Hemos explorado cada átomo giratorio del espacio y reconocido su verdadero valor; llévanos de nuevo a los hogares de los hombres, ¡Las frescas y verdes colinas de la Tierra!”
Después, casi inconscientemente, se puso a hilvanar y enlazó con su primer verso revisado:
“El arqueado cielo está llamando
a los hombres del espacio fuera de su ruta.
¡Todos a punto! ¡Pronto! ¡Caída libre!
Y las luces debajo nuestro se apagan.
Los hijos de la Tierra se alejan
con distantes viajes de estruendosos chorros,
ahí salta la raza de los hombres,
fuera, lejos, alejándose aún...”
La nave estaba salvada y a punto de llegar a la Tierra con un solo chorro. En cuanto a sí mismo, Rhysling no estaba seguro. El “calor del sol” iba apretando, le parecía. Era incapaz de ver la neblina roja y ardiente en que trabajaba, pero sabía que estaba allí. Siguió en su tarea de renovar el aire por la válvula exterior, repitiendo la operación varias veces para permitir al nivel de radiactividad disminuir hasta un grado, que el hombre pudiese soportar bajo una armadura adecuada. Mientras tal hacía, mandó nuevos versos, el último fragmento del más auténtico Rhysling que jamás pudiese existir:
“Oremos por un último aterrizaje
sobre el globo que nos vio nacer.
Fijemos nuestros ojos en el cielo aborregado
y las frescas, verdes colinas de la Tierra.”
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