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miércoles, 16 de diciembre de 2015
Amberjack, James Tiptree Jr. (Alice Bradley Sheldon)
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Amberjack se llamaba Daniel cuando vio por primera vez a su antigua novia, esa chica Rue. Y se entendieron. Y siguieron entendiéndose, los veranos en el parque, los inviernos esquiando, y después de un tiempo, tanto inviernos como veranos en el pequeño piso de Amberjack. Pero tuvieron mucho cuidado de no llamar a eso amor.
Amberjack no quería llamarlo amor porque venía de una familia nuclear de White Plains donde el amor consistía en que Mamá Janie chupaba tiernamente la sangre de Danny Padre; en la amarga, falsa jovialidad de su padre en el patio, y en las picanas eléctricas para ganado de ambos que chisporroteaban descargas en el hígado inerme de Amberjack. Promedio 4, ¡chispa! Finalista Nacional Meritorio, ¡chispa! Escuela médica de Johns Hopkins, ¡chispa! ¡Chispa! Beca del NIH, ¡chispa!
Y de pronto sólo quedó Amberjack, dirección desconocida, médico en una clínica
VISTA de Cleveland, sin más chispas.
De modo que con todo cuidado se guardaba de llamar amor a lo que hubiera entre Rué y él; pero cuando le apretaba la muñeca al salir parpadeando del cine de la calle Emerald, sentía que sostenía una pata de conejo viva que le daría vida y suerte para siempre.
Y Rué no podía realmente llamar a eso amor, porque venía de una gran familia, a veces expresiva, de Scarsdale, donde amor era el nombre de una pared de cristal insonoro y sin costuras, sucia de huellas digitales sangrientas y mechones de pelo suave de color castaño contra la que un chico, el del medio, no querido y sin talento, se golpeaba hasta convertirse en unos ojos entumecidos clavados en los brillantes jugadores del exterior.
Y a veces su hermana menor Pompy, que parecía una Rué mejorada, extendía el brazo a través de la pared y abrazaba a Rué con su suave y afilada garra y decía “quiero a Rué, cambiemos nuestros trajes-pantalón para la cosa de esta noche, oh, no digas que no vendrás, te buscaré compañía”, y Rué atravesaba la pared sin poder hablar, con el viejo traje-pantalón de gamberro de Pompy, y salían en el coche y nadie sabía su nombre y la pared retornaba. O su madre decía “me gustaría no sentirme resentida contigo, pero más vale decir la verdad, el maldito diafragma se movió y tu padre rompió los pasajes del crucero”. Y a veces la mano del padre de Rué atravesaba la pared y le acariciaba la cabeza y la llamaba Pompy.
De modo que Rué no pensaba llamar amor a eso que tenían ella y Amberjack; pero cuando él murmuraba su nombre por la noche (como hacía muchas veces), un gran diapasón resonaba dentro de ella como el fondo del mar tocando el arpa de para siempre.
Pero llegó entonces esa noche, la más cálida de todas, en que Amberjack y Rué sacaron el colchón al balcón recalentado y herrumbrado en que habían muerto los geranios y se tendieron sudorosos a hablar en tono soñoliento de un acondicionador de aire mientras la inversión térmica sobre la calle Emerald ardía en el oscuro cristal de la ventana, a su lado. Y Rué tocó su vientre allí donde empezaba a ponerse un poco tenso, y sus aréolas, y dijo casualmente a Amberjack que se iba. Siempre había pensado marcharse cuando eso ocurriera, porque sabía qué ocurría cuando el diafragma se desplazaba. (Sólo que ella tomaba píldoras y que realmente no había sido un error.) Y después de un momento convulsivo, Amberjack se enteró de todo, lo que no era difícil si la miraba con los ojos que usaba en la clínica.
Y muy pronto hubo en ese loco balcón palabras -amor, análisis de sangre- como aves imparciales. Y lloraron cada uno sobre el vientre del otro, echando miradas furtivas a las palabras-aves y diciendo cosas como “a nosotros no nos ocurrirá eso nunca jamás”. Y en ese momento los mariquitas de dos pisos más abajo conectaron una última luz estroboscópica para su show de luces justamente mientras una persona en el sótano pronunciaba un patológico número primo de los nombres de dios, y el campo de fuerza local hizo ¡Glup! y desapareció en el helado viento de cola de la flecha de Zeon, allí donde Todo incide sobre Ninguna Parte.
Y Amberjack se encontró congelado en la estasis y mirando por la ventana bruscamente iluminada de su casa a Amberjack que entraba por su propia puerta. Y una persona-niño, un pequeño de andar vacilante se echaba contra las piernas del otro Amberjack, que tenía una chaqueta con tres botones y dejaba su maletín de médico de piel plástica como en un anuncio de seguros para alzar a su hijito.
Sólo que el rostro de Amberjack parecía un anuncio del infierno, y en la banda de sonido había una voz femenina tan dulce como jalea fría en un rectoscopio. Y el pelo de la señora Rué Amberjack se había vuelto lustroso y su trasero ondulaba en sus pantalones ceñidos de un azul de grito. Y Amberjack advirtió que estaba contemplando -¡No!- su propio futuro.
Y entonces vio que él, el verdadero, horrorizado Amberjack, se ponía lentamente de pie, lentamente, como un barco escorado que se endereza, y que su verdadera Rué también se ponía de pie, y que de algún modo ambos luchaban en el balcón y hacían terribles ruidos en velocidad lenta…
Cuando todo cayó de pronto en la normalidad, excepto un gemido acelerado en seis octavas chillonas y él estaba solo en la escalera de incendios mirando a Rué que giraba en el aire de la calle Emerald como una equilibrista cayendo cada vez más pequeña y…
Sus ojos de la clínica ocuparon ese lugar de su cabeza que nunca más podría mirar hacia abajo.
— Yo no diré nada -susurró la ventana oscura a su lado.
Giró rápidamente. ¿Rué viva? ¡Era Rué!
Y se lanzó a través de la ventana, y de rodillas, entre el cristal en añicos, miró las piernas azules.
Ella buscó el interruptor.
Él vio que todo estaba al revés.
— Tú.
— Finalmente te encontré -sonrió Pompy, mirándolo intensamente. Luego asintió y se movió hacia el teléfono.
— Llamaré a la policía -dijo-. Seré tu testigo. -Guiñó el ojo, mientras ponía en la mesilla sus guantes y la caja de la peluca. Como si hubiera venido para siempre.
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